"Carpe diem: vivid el momento. Coged las rosas mientras aún tengan color pues pronto se marchitarán. La medicina, la ingeniería y la arquitectura son trabajos que sirven para dignificar la vida pero es la poesía, los sentimientos, los que nos mantiene vivos"

"Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo y extraer todo el meollo a la vida, y dejar a un lado todo lo que no fuese vida, para no descubrir en el momento de mi muerte, que no había vivido."

lunes, 12 de marzo de 2012

El burro que envidiaba al perrito.

Después de esta larga, aburrida y agobiante época de exámenes, en la que todos nos hemos visto obligados a dejar y apartar a un lado nuestras aficiones y nuestro tiempo libre para dedicarlo con feroz desentendimiento a las facetas de la vida que los directores de almas ajenas quieren que nos dediquemos. Ha sido, todo hay que decirlo, una de las experiencias más maravillosas vividas ver que después de tanto y tanto esfuerzo realizado, podemos dedicarnos otra vez, aunque no sea o resulte una dedicación plena e inmediata, a nuestros gustos y aficiones de tiempo libre. Debo confesar que me he sentido muy vacío sin esos encantadores poemas e historias didácticas de tiempos lejanos que nuestro profesor de Lengua Castellana nos dio a leer, o sin ni siquiera algún poema que transformar. De hecho, este manuscrito ya muy antiguo lo encontré lleno de polvo entre fichas sobre frases subordinadas y substantivos en aposición, y entre un fragmento del poema del mio Cid. Considero que este texto era bueno y veo conveniente escribirlo en este tan ilustre blog mío que de tanto tiempo que llevo sin usar ya parece que en nuestro mundo nos hemos modernizado. Pero eso es otra historia. Sin más, aquí os dejo con un texto prosificado a regañadientes por las insistencias de nuestro profesor, que pasó de ser un bonito, didáctico y ameno texto del Libro del Buen Amor, del Arcipreste de Hita, a ser un texto al estilo libre de también buen autor Don Juan Manuel, escritor del libro del Conde Lucanor. Sin nada más que objetar sobre este precioso poema, prosificado medianamente bien, os dejo con él con el único propósito de que disfrutéis de él, espero haber captado la esencia de tan famoso escritor. Disfrutad.


Hablando otra vez el conde Lucanor con Patronio, su consejero, díjole así:
-Patronio, una mujer que se dice amiga mía, que no destaca por su brillantez en los cálculos matemáticos, ni en la literatura, ni siquiera en aspectos básicos de la vida, sino que destaca por su robustez y por su terquedad, torpeza y fuerza bruta (aspectos por los que podría describirse a una serrana) y que, además, trabaja llevando y portando sacos de harina al rico rey Terón, vio cómo su mujer, muy inteligente y además muy guapa, le halagaba y le hacía carantoñas, para el regocijo del rey, y pensó que ella también se merecía estar en tan privilegiada posición, pues ella hacía y trabajaba mucho más cargando sacos que la reina, sentada todo el día en su poltrona de platino y piedras preciosas. Decidme pues, Patronio, qué le debería aconsejar yo a esa pobre y necia mujer, si quedarse donde está o aventurarse a intentar hacer lo que la reina hace tan habitualmente con el rey.

Al contarle estos hechos el conde Lucanor al consejero Patronio, éste se apercibió del hecho de la suprema terquedad y necedad de su amiga y que no estaba hacha para el rey y para sus carantoñas. Por o cual le dijo al conde:

-Señor conde Lucanor, sabed que esa mujer, a quien vos describís como necia y terca, debe de quedarse donde está y no intentar ser más de lo que es con el rey. Pero para que este atrevimiento no se realice y que se entiendan sus motivos, me gustaría que supierais la historia que narra lo que le aconteció al burro que envidiaba al perrito.

El conde Lucanor le preguntó que le aconteció al burro y su envidia hacia el perrito.
-Señor conde- dijo Patronio-, un perrillo faldero, muy apuesto para su ama, era muy juguetón también con ella. Siempre le besaba las manos y le hacía carantoñas. Su ama, una niña de unos nueve años, perteneciente a una familia muy noble y muy rica, que vivía en una mansión inmensa con tantos criados que eran imposibles de contar y con el cortejo más numeroso de toda la corte y de toda la nación. Por lo tanto, la tal dueña tenía infinidad de perrillos falderos para escoger, y también una amplia variedad de animales con los que entretenerse y con os que jugar, como caballos, conejos, y también cantidad de perrillos falderos. Pero el que más le gustaba y con el que jugaba habitualmente era con ese perrillo faldero en particular. El perrillo, por su parte, disfrutaba más que nadie con sus encuentros con su ama, besándole las manos con su lengua y hocico, ladrando pero no demasiado fuerte para no asustar a la niña, sino para relajarla y hacerla reír, y con la cola, moviéndola y zarandeándola de un lado al otro para halagar a la feliz niña, haciéndola divertirse y demostrándole cuánto la quería y el amor que le proporcionaba. La niña siempre se ponía muy contenta al ver al afortunado perrillo. Junto a ellos tenían a   muchos amigos, tanto de los humanos como el padre y madre de la niña, como animales, como los caballos y parientes del perrillo. Todo el mundo disfrutaba como nadie con él, se henchían de felicidad y de vida, dándole muchos regalos y mucha comida al perrillo para que se mantuviese con esa gran vitalidad. Más un animal, un necio animal, solo siempre se quedaba, sin ningún pariente ni animal alrededor, mirando sorprendido y con envidia cada día cómo el perrillo jugaba con su ama. El asno tenía mucha envidia del perrillo, pues lo único que hacía éste era saltar y hacer carantoñas.

-El burro pensaba y cavilaba día tras día el método para cambiar el trastorno y la condena de su terrible vida como animal de carga, siempre obligado a hacer los trabajos forzados, nunca pudiendo hacer reír a los demás y comiendo una miseria de alfalfa llena de tierra. Un día, el asno, de poco seso y extremadamente necio, pensó y meditó que él servía muchísimo más de lo que el perrillo o cualquier otro animal del cortejo podría servir a aquellas personas que solo prestaban atención a aquel perrillo. Él les traía mucha leña en su espalda, sacos de harina de la aceña, y cargaba con muchos objetos pesados para complacer a sus amos. Pero lo único que recibía era miradas indiferentes e incluso algún que otro golpe de vez en cuando, en el momento en el que se le caía algún objeto de su esforzada espalda. Por lo tanto, pensó el burro, que él se merecía mucho más que cualquier otro y que el perrillo desde luego, halagar a la dueña y subir a sus hombros. Salió, rápido del establo , como garañón loco y como necio y, haciendo mucha tontería y majadería, llegó hasta donde hallaría a su ama. Al llegar a la estancia y poner sus sucias patas sobre los hombros de su ama, ella, totalmente horrorizada, comenzó a dar grandes voces y a gritar. Al sonido de los gritos, los criados llegaron y, al ver la escena, comenzaron a golpear con mazos, piedras y palos, al necio del burro, hasta que los palos se hicieron pedazo, llegando a dejarlo inconsciente al borde de la muerte. De esta manera, el burro acabó muy mal parado por envidiar y desear lo que el perrillo poseía.

-Vos, señor conde Lucanor, pues veis que, aunque Dios os hizo merced en todo, debéis aconsejar a esa pobre necia para que no envidie y desee lo que otros, de clase más alta o de mayor poder o rango, poseen.

Al conde agradó mucho lo que Patronio le dijo e hízolo así, y de esta manera evitó muchos daños. Como don Juan Manuel comprendió que este cuento era bueno, hízolo poner en este libro y escribió unos versos en que se expone abreviadamente su moraleja y dicen así:

Desea lo que tú tienes y no lo que otros poseen,
sé honesto y confórmate con lo que tienes,
pues si a estos versos tú no atendieres,
tu destino malo y desafortunado fuere. 

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