"Carpe diem: vivid el momento. Coged las rosas mientras aún tengan color pues pronto se marchitarán. La medicina, la ingeniería y la arquitectura son trabajos que sirven para dignificar la vida pero es la poesía, los sentimientos, los que nos mantiene vivos"

"Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo y extraer todo el meollo a la vida, y dejar a un lado todo lo que no fuese vida, para no descubrir en el momento de mi muerte, que no había vivido."

martes, 13 de marzo de 2012

Locura.

Nuestro profesor de Lengua Castellana nos mandó que realizásemos un relato basado en una historia conocida, pero que cambiásemos el orden de los acontecimientos, un ejercicio que resultó de lo más interesante y curioso, pero de lejos se encuentra de la libertad que nos proporcionaba cuando nos mandaba hacer relatos que brotaban de nuestra propia imaginación partiendo de una oración, de unas reglas sintácticas o incluso de una imagen. Aquellos eran momentos de ambrosía en los cuales descubrimos la magia de las palabras envenenadas del gran poeta romántico Pablo Neruda y su canción desesperada. A partir de aquel poema y desde el comienzo de este buen curso, nuestro ilustre profesor se ha mostrado más reacio sobre nuestra libertad en nuestras redacciones, bien fuese por ajustes del guión o porque veía que nos resultaba bastante sencillo convertir esas pequeñas cosas en grandes obras de arte (aunque también cabe la posibilidad de que se viese relegado a un segundo plano o se avergonzase de que sus propios y jóvenes alumnos escribiesen mejor que él). Ahora, de todos modos, las únicas redacciones que nos manda hacer son relatos que, aunque resultan interesantes, resultan más mecánicos que los otros. Aún así, este relato, aunque carente de la genialidad de otros autores y escritores natos como Patines, el Aprendiz Pitagórico, a la ilustre y magnífica Incógnita, resulta bastante desconcertante y misterioso, según mi opinión. Sin más, aquí os dejo con el Dr. Moreau, su ayudante, el señor Montgomery y el protagonista, un pobre hombre que no tenía la culpa de llegar a donde llegó y de acabar como acabó.
A Patines y a Incógnita, para demostrar que no siempre tiene razón el que más sensato parece, sino que a veces los más locos son los que, aunque trastornados, poseen el secreto de nuestra efímera y a veces estúpida existencia.
El Dr. Moreau estaba muerto, o más bien, había sido asesinado. Yo estaba desesperado, después de haber llegado a la isla y haber conocido a todos aquellos animales que intentaban ser personas. Lo intentaban. Lo que me había dejado más solo aún en aquella traicionera y malvada isla, fue la desafortunada e imprevista muerte de Montgomery. El ayudante del doctor había sido mi único amigo desde que había llegado a la isla, lo que me parecían ya siglos después del terror que estaba pasando. El día o la noche anterior (mi mente aún sigue procesando información y hay detalles que se me escapan), había entrado en la cabaña y, al ver que estaba totalmente vacía y no se oía ningún grito ahogado de la transmutación de algún pobre animal, hecho que me agradó, me asaltó la duda de si Montgomery estaría o no en peligro. Desde la muerte del doctor me esperaba cualquier cosa. Yo nunca me había llegado a fiar de él ni de sus experimentos o criaturas, aunque bien es cierto que la primera vez que vi a una de ellas me impresionó mucho, pero ahora ya los trataba como a iguales, muy a mi pesar. Más, al darme la vuelta, la seca y enjuta cara que solía presentar el ya antiguo ayudante del doctor ahora se me antojaba totalmente desfigurada por la pena, el olvido y el alcohol. 
Me dijo algunas palabras vanas de las que solo saqué en claro que quería olvidar y que quería irse a la playa para beber alcohol con su animal-persona como iguales. Quería que ellos supiesen que ahora, incluso con el doctor Moreau muerto, podían tener a alguien en quien confiar y con el cual tratarse como a un igual. Yo sabía perfectamente que con aquellas bestias, pues eso es lo que puramente eran, no se podía tratar, y algún día se darían cuenta de que tendrían una libertad totalmente inmensa para hacer lo que les viniera en gana, pues había sido Moreau y sólo él el que las había creado y el que las había domesticado hasta intentar crear hombres. Por lo menos, lo había intentado, pero con aquellos monstruos no se podía tratar, puesto que solo respondían ante el miedo y el dolor puro que los había mantenido a raya todos estos años, o incluso décadas. 

El caso es que Montgomery, en un momento de cólera y de euforia violenta pasajero, me encerró y bloqueó la puerta con una tabla, que debía de estar hecha de un material muy duro a de una madera de muy buena calidad, pues todos mis esfuerzos fueron vanos al intentar abrirla. Encendió una rama y la tiró sobre la cabaña, que al ser de madera y, sobre todo, al tener tanques llenos de material inflamable que el doctor utilizaba para sus malvados experimentos, la alcoba comenzó a arder desenfrenadamente. No había nada que humanamente se pudiera hacer para salvarla, así que decidí por mi instinto (ya muy desarrollado debido a mi estancia con animales salvajes), me dijo que me salvase el cuello, y así lo hice. Derribé una de las ventanas de madera y salí de la ya incinerada cabaña tosiendo fuertemente a causa del espeso humo que reinaba en el ambiente. Corrí por la playa hasta llegar al agua para apagar mis ropas totalmente llenas de fuego que se extendía rápidamente. Al salir del agua, totalmente desnudo, y después de relajarme un poco, pude atisbar a lo lejos lo que parecían rastros de un fuego incontrolable, que se iba apagando progresivamente. Una fogata.

El fuego se podría haber visto millas mar adentro. Al llegar al lugar pude deducir que había sido Montgomery y su ayudante los que la habían realizado, y sabiendo que lo estaban haciendo con la madera de la barca, único medio de escape de la isla. Al apreciar todos estos hechos, pude fijarme en los cuerpos esparcidos alrededor de la fogata, todos ellos menos uno ya cadáveres. Me encontré pues a algunas criaturas junto con el ayudante de Montgomery muertos por lo que parecía haber sido una horrorosa pelea. Y también vi a Montgomery, jadeando en el suelo, con una botella de cristal clavada en la nuca. Inmediatamente se la quité más, aunque no hubiese sido médico como soy, cualquiera habría podido intuir que no le quedaba mucho de vida, que el golpe era mortal. Todo lo que se pudiera hacer para intentar salvarle resultaba inútil. Aún así, intenté contener el derrame para que pudiera decir unas últimas palabras. Le dije que había sido el mejor ayudante que un doctor pudiera tener. Sus últimas palabras fueron sobre la devoción y el respeto, así como la admiración que sentía hacia su ayudante. Al morir, arrojé su cuerpo inerte al mar, cuerpo que ahora adquiría un color blanquecino oliva. Pero el rostro no era el de un hombre que muere con miedo, tristeza o incluso resignación. Era un hombre que se sentía orgulloso de lo que había hecho en vida y que ahora pasaba a un lugar mejor en el que alcanzar un estado de paz y harmonía. Un buen hombre.

Me detuve, aún así, un instante antes de dejarle marchar para admirar a aquel hombre, y lo que había supuesto para mí y para todos. Me había rescatado de morir ahogado gracias a la poca compasión y necedad del capitán borracho del navío infernal, había ayudado al pobre pero sádico doctor con todos su experimentos, apoyando en todo momento su causa (a pesar del dolor que le producía aceptar que experimentaba con objetos vivos. También había incluso ayudado a integrarse a la humanidad a su ayudante, al que le había cogido cariño después de tantos años con él, etc. Al llegar a este punto me detuve, le cerré los ojos con mis dos dedos, y pensé que este hombre, este tan buen hombre, no podía de otra manera que ser arrastrado por la hoz de la muerte sin su más querido ayudante. Así pues, arrastré sus dos cuerpos al agua y les dejé que los llevase la marea hasta aguas más cálidas.

Al realizar este acto de bondad, me sentí agradable y con la conciencia tranquila. Pero tuve que sentarme en la fría arena de la playa, pues inmediatamente cambiaron mis sentimientos y comencé a meditar sobre lo que iba a pasar, sobre que era el único ser humano en la isla, sobre la muerte honrada de Montgomery, sobre el asesinato del Dr. Moreau, sobre las bestias que se convertirían poco a poco progresivamente en animales salvajes sin ningún dios o ningún amo que los controlase y les regise las leyes que debían cumplir (que no debían andar a cuatro patas, que no debían sorber el agua con la boca, etc. Sin poder quitarme de la cabeza estos sentimientos me dormí, exhausto, en la playa. Y aquí estoy, despierto, contemplando la luna que aún no se ha ido, como si le doliese abandonarme solo en la isla o como si se doliese por la muerte de Montgomery. 

Pero, no! Tengo que levantarme y afrontar que tengo que sobrevivir, tengo que mantener a aquellas bestias en la raya que les corresponde. Me levanto, improviso unas ropas con hojas de palmera, hojarasca y algunos palos, desayuno y me dispongo a adentrarme en la isla con buenas y estrictas intenciones, para decirles a aquellos monstruos el lugar que les corresponde. Las criaturas están muy excitadas y todas reunidas en torno a una roca gigantesca. Al llegar, sus caras cambian de expresión y me analizan de una manera perversa y pensativa. Estoy perdido, pero aún conservo mi facultad de ser buen orador y de convencer a la gente con mis argumentos. Pero el problema está en que éstas no son personas. Pero aún así, me armo de valor para comenzar con mi oración.


He acabado. Estoy exhausto. Les he contado todo lo que humanamente he podido, pero parece que no comprenden nada de lo que les he dicho. Les argumenté, ante sus insistentes intentos de convencerme de que ahora eran libres para hacer lo que quisieran, pues el Dr. Moreau había sido asesinado, su ayudante había muerto y la Casa del Dolor (como ellos lo llaman), destruida, que no debían preocuparse, que el Dr. Moreau les seguía observando desde algún lugar en el cielo infinito, y que sabía lo que ellos hacían o dejaban de hacer en cada momento. En su conocimiento estaban las leyes que incumplían, los pecados que realizaban, y que ahora se encontraba muy desalentado y disgustado por su comportamiento con su ayudante, Montgomery. Les dije que no debía de ocurrir lo mismo conmigo debido a que yo soy el profeta que sigue y que conoce todos sus movimientos, y que si se seguían convirtiendo en animales, como su curso natural se lo exigía, iban a ser castigados mucho más ferozmente por el propio doctor. Éstas y miles de razones más les di, argumentando siempre a mi favor y recalcando el castigo que ellos recibirían. Pero parece que el discurso ha causado el efecto inverso del deseado.


Los animales me miran de una manera extraña, sigilosa, desafiante. Sé que estoy totalmente perdido. Lo asumo. Mi única oportunidad de supervivencia es la de pasar desapercibido como uno de ellos. Al transcurso de las primeras semanas, aún soy capaz de relacionarme con algunas bestias, de hablar con ellas. Pero el tiempo les está afectando demasiado. Rompen todas las reglas, algunos incluso comienzan a matar a otros animales. Pero tengo que resistir. Debo hacerme fuerte para soportar la pesada carga que está a punto de venirme encima.


Pasan los meses y yo sigo esperando a que alguien me rescate. Las bestias ya han culminado su transformación natural, se han convertido en lo que en su origen eran, puros animales. Yo he perdido la noción del tiempo y del habla, me estoy adaptando demasiado a las costumbres animales. Temo convertirme en uno de ellos.


A lo lejos atisbo un barco. Me acerco. Hay dos hombres muertos. Me monto y dirijo la embarcación. La dejo a la deriva. Simplemente navego sin rumbo fijo hacia algún lugar lejos de todas esas bestias. Y al final, un día me rescatan. Una embarcación gigantesca. La veo acercarse grande e imponente desde el horizonte azul del Océano Atlántico. Me rescatan, me suben a bordo y me ofrecen un camarote, comida y agua. El mero hecho de estar lejos de la isla me produce una satisfacción y un alivio incomparables. Relato la historia de mi vida y mi estancia en la isla a los marineros de a bordo. No me creen. Estoy comenzando a desvariar.


Cuando llego a Londres, no soy capaz de adaptarme en la sociedad normal, los veo a todos como a las bestias del Doctor Moreau. Me retiro a la soledad del campo, pero me siguen atormentando pesadillas terribles de la isla, imborrables recuerdos.


Tristeza. Desolación. Inquietud. Imposibilidad de vivir, de comer, de sentir. Desesperación. Intento fallido de suicidio. Alivio momentáneo. Consecuente arrepentimiento. Soledad. Crispamiento. Ira incontrolada. Descontrol. Odio. Desesperación.




                           
                                                                    Locura.


lunes, 12 de marzo de 2012

El burro que envidiaba al perrito.

Después de esta larga, aburrida y agobiante época de exámenes, en la que todos nos hemos visto obligados a dejar y apartar a un lado nuestras aficiones y nuestro tiempo libre para dedicarlo con feroz desentendimiento a las facetas de la vida que los directores de almas ajenas quieren que nos dediquemos. Ha sido, todo hay que decirlo, una de las experiencias más maravillosas vividas ver que después de tanto y tanto esfuerzo realizado, podemos dedicarnos otra vez, aunque no sea o resulte una dedicación plena e inmediata, a nuestros gustos y aficiones de tiempo libre. Debo confesar que me he sentido muy vacío sin esos encantadores poemas e historias didácticas de tiempos lejanos que nuestro profesor de Lengua Castellana nos dio a leer, o sin ni siquiera algún poema que transformar. De hecho, este manuscrito ya muy antiguo lo encontré lleno de polvo entre fichas sobre frases subordinadas y substantivos en aposición, y entre un fragmento del poema del mio Cid. Considero que este texto era bueno y veo conveniente escribirlo en este tan ilustre blog mío que de tanto tiempo que llevo sin usar ya parece que en nuestro mundo nos hemos modernizado. Pero eso es otra historia. Sin más, aquí os dejo con un texto prosificado a regañadientes por las insistencias de nuestro profesor, que pasó de ser un bonito, didáctico y ameno texto del Libro del Buen Amor, del Arcipreste de Hita, a ser un texto al estilo libre de también buen autor Don Juan Manuel, escritor del libro del Conde Lucanor. Sin nada más que objetar sobre este precioso poema, prosificado medianamente bien, os dejo con él con el único propósito de que disfrutéis de él, espero haber captado la esencia de tan famoso escritor. Disfrutad.


Hablando otra vez el conde Lucanor con Patronio, su consejero, díjole así:
-Patronio, una mujer que se dice amiga mía, que no destaca por su brillantez en los cálculos matemáticos, ni en la literatura, ni siquiera en aspectos básicos de la vida, sino que destaca por su robustez y por su terquedad, torpeza y fuerza bruta (aspectos por los que podría describirse a una serrana) y que, además, trabaja llevando y portando sacos de harina al rico rey Terón, vio cómo su mujer, muy inteligente y además muy guapa, le halagaba y le hacía carantoñas, para el regocijo del rey, y pensó que ella también se merecía estar en tan privilegiada posición, pues ella hacía y trabajaba mucho más cargando sacos que la reina, sentada todo el día en su poltrona de platino y piedras preciosas. Decidme pues, Patronio, qué le debería aconsejar yo a esa pobre y necia mujer, si quedarse donde está o aventurarse a intentar hacer lo que la reina hace tan habitualmente con el rey.

Al contarle estos hechos el conde Lucanor al consejero Patronio, éste se apercibió del hecho de la suprema terquedad y necedad de su amiga y que no estaba hacha para el rey y para sus carantoñas. Por o cual le dijo al conde:

-Señor conde Lucanor, sabed que esa mujer, a quien vos describís como necia y terca, debe de quedarse donde está y no intentar ser más de lo que es con el rey. Pero para que este atrevimiento no se realice y que se entiendan sus motivos, me gustaría que supierais la historia que narra lo que le aconteció al burro que envidiaba al perrito.

El conde Lucanor le preguntó que le aconteció al burro y su envidia hacia el perrito.
-Señor conde- dijo Patronio-, un perrillo faldero, muy apuesto para su ama, era muy juguetón también con ella. Siempre le besaba las manos y le hacía carantoñas. Su ama, una niña de unos nueve años, perteneciente a una familia muy noble y muy rica, que vivía en una mansión inmensa con tantos criados que eran imposibles de contar y con el cortejo más numeroso de toda la corte y de toda la nación. Por lo tanto, la tal dueña tenía infinidad de perrillos falderos para escoger, y también una amplia variedad de animales con los que entretenerse y con os que jugar, como caballos, conejos, y también cantidad de perrillos falderos. Pero el que más le gustaba y con el que jugaba habitualmente era con ese perrillo faldero en particular. El perrillo, por su parte, disfrutaba más que nadie con sus encuentros con su ama, besándole las manos con su lengua y hocico, ladrando pero no demasiado fuerte para no asustar a la niña, sino para relajarla y hacerla reír, y con la cola, moviéndola y zarandeándola de un lado al otro para halagar a la feliz niña, haciéndola divertirse y demostrándole cuánto la quería y el amor que le proporcionaba. La niña siempre se ponía muy contenta al ver al afortunado perrillo. Junto a ellos tenían a   muchos amigos, tanto de los humanos como el padre y madre de la niña, como animales, como los caballos y parientes del perrillo. Todo el mundo disfrutaba como nadie con él, se henchían de felicidad y de vida, dándole muchos regalos y mucha comida al perrillo para que se mantuviese con esa gran vitalidad. Más un animal, un necio animal, solo siempre se quedaba, sin ningún pariente ni animal alrededor, mirando sorprendido y con envidia cada día cómo el perrillo jugaba con su ama. El asno tenía mucha envidia del perrillo, pues lo único que hacía éste era saltar y hacer carantoñas.

-El burro pensaba y cavilaba día tras día el método para cambiar el trastorno y la condena de su terrible vida como animal de carga, siempre obligado a hacer los trabajos forzados, nunca pudiendo hacer reír a los demás y comiendo una miseria de alfalfa llena de tierra. Un día, el asno, de poco seso y extremadamente necio, pensó y meditó que él servía muchísimo más de lo que el perrillo o cualquier otro animal del cortejo podría servir a aquellas personas que solo prestaban atención a aquel perrillo. Él les traía mucha leña en su espalda, sacos de harina de la aceña, y cargaba con muchos objetos pesados para complacer a sus amos. Pero lo único que recibía era miradas indiferentes e incluso algún que otro golpe de vez en cuando, en el momento en el que se le caía algún objeto de su esforzada espalda. Por lo tanto, pensó el burro, que él se merecía mucho más que cualquier otro y que el perrillo desde luego, halagar a la dueña y subir a sus hombros. Salió, rápido del establo , como garañón loco y como necio y, haciendo mucha tontería y majadería, llegó hasta donde hallaría a su ama. Al llegar a la estancia y poner sus sucias patas sobre los hombros de su ama, ella, totalmente horrorizada, comenzó a dar grandes voces y a gritar. Al sonido de los gritos, los criados llegaron y, al ver la escena, comenzaron a golpear con mazos, piedras y palos, al necio del burro, hasta que los palos se hicieron pedazo, llegando a dejarlo inconsciente al borde de la muerte. De esta manera, el burro acabó muy mal parado por envidiar y desear lo que el perrillo poseía.

-Vos, señor conde Lucanor, pues veis que, aunque Dios os hizo merced en todo, debéis aconsejar a esa pobre necia para que no envidie y desee lo que otros, de clase más alta o de mayor poder o rango, poseen.

Al conde agradó mucho lo que Patronio le dijo e hízolo así, y de esta manera evitó muchos daños. Como don Juan Manuel comprendió que este cuento era bueno, hízolo poner en este libro y escribió unos versos en que se expone abreviadamente su moraleja y dicen así:

Desea lo que tú tienes y no lo que otros poseen,
sé honesto y confórmate con lo que tienes,
pues si a estos versos tú no atendieres,
tu destino malo y desafortunado fuere. 

sábado, 31 de diciembre de 2011

Feliz Navidad!

Bueno, aunque en mi mundo romántico aún estamos en verano, mi familia y yo vamos a salir y hacer una escapada a vuestro mundo para celebrar con vosotros esta increíble época como es la Navidad y el Fin de Año. Ya sé que la Navidad ya ha pasado, pero no puedo resistirme a decir Feliz Navidad, pues entre todos nosotros aún existe un sentimiento de esta época. Mis deseos para todos son los que cualquiera desearía a todo el mundo, felicidad, altruismo, compartir con los demás y amor ( si, ese sentimiento que tanto nos ha hecho pensar, sobre todo a ti, Patines). Espero que este año haya sido satisfactorio y bueno para todos vosotros y que el año que pronto viene sea incluso mejor si cabe.
Así mismo, aunque desentona un poco, querría desearle un feliz cumpleaños a mi compañera Patines, la cual cumple años hoy, el 31 de Diciembre. Muchas felicidades y que compartas este día con los que te quieren.
Sin más, Feliz Navidad y próspero Año Nuevo. Espero que este año venga cargado de amor y de romanticismo, que nos hace mucha falta.
Recuerdos desde mi mundo romántico.
Tom

jueves, 8 de diciembre de 2011

El amor

Esta opinión va dirigida sobre todo a mi compañera Patines, que tanto se ha indignado por el comentario del amor de nuestro profesor de Literatura Eduardo en clase. Así que, si me lo permitís, voy a escribir todo este comentario dirigiéndome a Patines.

En primer lugar, querría decirte que el blog te ha quedado extraordinariamente bien, así que quien quiera que se pase por él, tanto para ver su aspecto tan bonito como para leer la redacción que ha desatado este comentario. Por lo tanto, Patines, querría comenzar esta crítica con un fragmento del que podría ser el enamorado más devoto del mundo, tú ya lo conoces, se llama Mathias Malzieu, y a parte de escribir la Mecánica del Corazón, escribió otro libro, Metamorfosis en el Cielo, del cual saco textualmente:

"Me levanto, las piernas me tiemblan al contacto con su respiración. Siento vértigo. Me acerco hasta percibir los perfumes de rocío que le emanan del escote. Una tormenta de plumas me traspasa a cámara lenta. Ondulaciones de su cuerpo contra el mío, la sensación de vivir dentro de un nido, de metamorfosearse en ovillo de lana. Nuestras sombras se anudan y desanudan a través del polvo de la luna. La pajarilla entreabre los labios con una precisión seductora. Mi lengua explora su paladar donde una lengua con sabor a azahar me enlaza como una trenza. Sus caderas vienen y van muy cerca del piano; las teclas se hunden solas. Los primeros suspiros se escapan. Un suave roce. Sus pupilas limpias se dilatan desmesuradamente echando chispas. Un placer que desgarra. Creo que voy a salir volando, me agarro a sus alas por si acaso. El ritmo se acelera, las estrellas chocan entre sí, el cielo se engalana de plumas, nosotros rodamos entre ellas con todas nuestras fuerzas. Entonces Endorfina realiza el más sorprendente de los trucos de magia; todo en meandros de caderas. Hechicería de color rojo. Creo que me estoy transformando. Nuestros vientos se vuelven huracanes, nuestras alas restallan como velas de una carabela. Éxtasis ex aequo. Incluso la luna se vuelve rosácea. Durante veinticuatro segundos el mundo se convierte en plumas. Y las plumas se posan una a una como los copos de una tormenta de nieve a cámara lenta."


Con este fragmento ya he dicho todo lo que te tenía que decir Patines, pero como sé que quieres argumentos, te daré argumentos.
El amor:
-Te cambia: si que te cambia, pero al contrario que Patines, con tu frío y duro corazón en el que únicamente hay cabida para patinar y en el que el amor no tiene importancia. El amor no te estropea la personalidad, sino que tú te enamoras de esa persona debido a que te gusta y te encanta tal y cómo es, con sus defectos y fallos, con sus virtudes y con todas sus cualidades. Y si él o ella se enamora de ti será también porque le gustas tal y como eres, te quiere por lo que eres y no por lo que a nadie le gustaría que fueses. Ese es un punto importante en el que tú te equivocas. Y en otra cosa en la que también te equivocas es cuando ya no estés enamorado. Una persona se enamora no porque ella lo quiera, sino porque dentro de su alma, dentro y en lo profundo de su corazón, de su ser, sabe que si el enamoramiento acaba, no va a poder enamorarse de nadie más, pues es esa persona con la que va a compartir el resto de su vida, pues el amor no solo se reduce al placer, a los besos, a las caricias, no, el amor es un sentimiento mucho más grande y extenso de lo que ninguno de nosotros jamás podrá entender. Una persona que está enamorada de otra persona que a la vez está enamorada de él o de ella nunca van a separarse, pueden tener sus más y sus menos, puede ser que se enfaden, pero en el fondo seguirán enamorados pues es una fuerza mayor las que les dice que tienen que estar enamorados. El amor es un sentimiento único, pero la empresa tanto del cine como de los libros, le encuentra mucho juego, y lo promociona como sentimiento de masas y como algo que pueda ser igual para todo el mundo.  Esa publicidad es la que te ha influído a ti, pues el amor no son esas chicas chillonas que gritan por quien están enamoradas, el amor no se reduce a lo que se escribe, ni a lo que nos dicen sobre él, ni a como nos cuentan que es, el amor es un sentimiento que caracteriza al ser humano. Pues el amor no es querer a alguien, sino disfrutar de los ratos que estás con esa persona, disfrutar charlando con ella, disfrutar también con los besos, con las caricias, con las historias que os contáis, con los sitios a los que váis juntos, el amor es un sentimiento único que no cabe en tu corazón porque es un sentimiento que tienes que esperar, nosotros no escogemos al amor, él nos escoge a nosotros, pues tu puedes estar enamorado de una persona y no darte cuenta hasta que se separan vuestros caminos, tu enamorado tiene que ser alguien en el que puedas confiar, con el cual puedas superar cualquier traba y problema de la vida, pues los va a haber, eso te lo aseguro. Tu amado también tiene que ser tu mejor amigo, tu mejor consejero, tu mejor poeta, y no esas chicas que por culpa de las hormonas creen que lo que han encontrado es el amor, pero verdaderamente lo que quieren con él o ella es el placer y no el amor, por eso no hay que dejarse influir por opiniones diversas de personas, siento decirlo, como tú Patines, que aunque tienes buenas intenciones, no sabes lo que es el amor pues nunca lo has experimentado, y aunque lo hubieses experimentado, no lo sabrías ver ni delante de tus narices pues te has dejado influir por personas y por libros que desde luego no hablan de amor. Y con esto no quiero decir que no sabrás nunca lo que es el amor, pues todas las personas, al final de su vida o en su transcurso son capaces de sacarle su significado, yo sé que a pesar de todos tus ataques contra este gran sentimiento, debería guiarte por la gente que realmente sabe lo que es el amor.

Y por hoy no escribo más, espero que tú Patines hayas cambiado algo con respecto a tu opinión. Desde mi más sincera opinión.
Recuerdos desde mi mundo romántico.
Tom

jueves, 1 de diciembre de 2011

La sociedad animal.

Nuestro profesor de Lengua Castellana decidió que hiciésemos una redacción sobre un cuento popular relatado desde la perspectiva de un personaje diferente del que narra la historia originalmente. Después de realizar muchas indagaciones, conseguí redactar el cuento de los siete cabritillos visto desde la perspectiva del lobo. Sin más, aquí os lo dejo, espero que os guste y que os haga reflexionar. A mí me hizo reflexionar un buen rato. Disfrutad.
Al Aprendiz Pitagórico, con el único deseo de que lo encuentre de su agrado.
Estaba escondido en el lugar menos apropiado pero desde el cual podía ver y oír cualquier testimonio de aquel horrible y desdichado cabrito. Primero, la madre cabra, con ojos llorosos, cuerpo deshecho y voz quebrada, dijo que necesitaba un poco de tiempo para recomponerse del terrible suceso que había acontecido. Para ellos era terrible, para mí fue de lo más apetitoso y suculento. Se me había escapado uno, un desgraciado y maldito cabrito. Después de revisar a fondo toda la estancia y de haberme zampado a todos sus hermanos, a los que encontré en seguida, debido a que se quedaron paralizados al verme abrir la puerta, llegué a la conclusión de que la mujer cabra sólo había tenido seis cabritos. Iluso de mí. Yo, satisfecho y sin saberlo perdido, me dispuse a salir de la pequeña alcoba en donde vivía la familia de cabras cuando, de pronto, me topé con que a lo lejos se oía la sirena o más bien el grito de la cabra-coche policía. Quién los podría haber alertado? Muy rápidamente, me escondí detrás de la alcoba que, casualmente, poseía una ventana en la que me quedé porque me picaba la curiosidad y desde la cual podía ver y oír cualquier testimonio de cualquier posible testigo, testigo que yo creía muerto.
Se me escapó, el muy cabrón. Y eso que fui con la mayor delicadeza para no dejar ni la más mínima prueba o pista de que yo había estado allí. Fue listo como un zorro, se escondió dentro de un jarrón gigantesco de porcelana que su madre había conseguido en el mercadillo del huerto, o más bien había “cogido prestado”, según declaró el cabrito, cuyo nombre era Goat. No me lo podía creer aún. Estaba perdido, pasaría el resto de mi vida en la cárcel para animales que no saben controlar su ira y su furia y sus ansias de comer a otros animales. Los tiempos habían cambiado, y mucho. Cuando yo era pequeñito, recuerdo perfectamente que salía con mi padre a cazar todo lo que se nos ponía por delante sin ninguna restricción y con la conciencia totalmente limpia y tranquila. Que veíamos a un conejo, nos lanzábamos sobre él y le devorábamos las entrañas. Pero los conejos solo eran el principio, el entrante, luego vendría el plato fuerte, un zorro de  una envergadura envidiable al que nos costó mucho reducir, pero en el que el esfuerzo era proporcional a la recompensa. 
De hecho, en aquellos tiempos, aún no estaba del todo mal visto entre la sociedad animal y entre los lobos en general comerse a los humanos. Mi tío Wolf fue el que se inventó la magnífica e ingeniosa treta para convencer a Caperucita Roja que fuese por el camino más largo y aprovechando, llegar él antes y comerse a la abuela y a Caperucita. Pero, claro está, su glotonería y sed le costó cara. Lo condenaron al fusilamiento, y sabéis cuales fueron sus últimas palabras? Los tiempos cambian, si, pero él incluso antes de morir, declaró los derechos fundamentales de los animales, que es cazar para poder sobrevivir. Pues si, sus últimas palabras fueron, “Se lo merecía esa Caperucita”. Eso si que es valentía, y no lo que los lobos de ahora, tan blandos y afeminados, nos obligan a ver.
No, ellos dicen que todo animal tiene derecho a la vida y que los lobos y demás animales agresivos y brutos debemos controlar nuestro instinto y hacernos vegetarianos. Vegetarianos! Una total superfluosidad, pero que se expandió como la pólvora, y ahora el menú en cualquier familia de lobos normal, en vez de ser un buen conejo y un extraordinario zorro, a los que hay que currarse pero que luego están deliciosos, son una ensalada con nueces y un poco de hierba escalfada. Eso son tonterías! ¿Desde cuando nosotros los lobos tenemos una existencia pacífica? Es que es como si lo comparásemos con el ser humano, que le obligásemos a comer hierbas y a no hacer otra cosa que dormir y pensar en tiempos pasados. El ser humano.
Si te fijas, te darás cuenta de que ahora la organización social animal, según el tratado de la Constitución para animales de los territorios del bosque, es mucho más firme y parecida a la humana que antaño. ¡Que somos, animales que pelean a garra limpia por lo que verdadera y realmente quieren, o somos simples seres vivos que lo único que tienen para sobrevivir y defenderse son esas orejitas carnosas, ese pelito que les cubre la calva y, en lugar de nuestras espantosas y desgarradoras garras, unas uñitas que lo único que romperían serían unas bolsas de plástico que contienen patatas fritas!
Y luego está el hecho, el increíblemente injusto y horrible hecho, de que los humanos nos comen a nosotros, tratándonos como seres inferiores cuando son ellos los descendientes propios de animales que carecían de inteligencia, que eran iguales, los mismos a los que ahora ellos tratan como juguetes de diversión y como manufacturas. Es decir, que nosotros no podemos comer ni a los humanos ni a otros animales, y los humanos pueden comernos a nosotros! Se atreven incluso a encerrarnos en granjas, a cebarnos y a engordarnos hasta que tengamos la suficiente grasa y carne para luego llevarnos al matadero y asesinarnos, si, de la manera más horripilante y horrible posible. Y para ellos somos una exquisitez! Estaba mucho mejor la sociedad animal en tiempos de mi niñez, en dónde hacíamos caso a nuestro instinto y los humanos hacían caso al suyo. 
Y es que la naturaleza nos creó así para poder hacer caso a nuestros instintos y no para ser sometidos a otra sociedad que no tiene ningún derecho sobre nosotros! Antes, nosotros los lobos, pero también los hipopótamos, los leones y otros animales peleaban por su terreno, para dar buena impresión a la hembra que intentaban conquistar, para que así la hembra eligiese por la ley del más fuerte. Ahora no. Ahora los lobos les llevan flores a las lobas y les lanzan piropos corteses. No, la sociedad ha cambiado, y mucho.
Pero volviendo a la historia, yo seguía allí, escondido, observando cómo la madre cabra, un poco más compuesta, estaba dispuesta a contarle a la policía lo que había acontecido. Mientras, la policía, una cabra ya bien entrada en años, regordita y con el pelo muy corto, se ajustaba la chaqueta y se tomaba un té con galletas. El cabrito hijo había estado con la boca cerrada desde que la policía había flanqueado la puerta de la alcoba. Estaba sentado en un sillón, ausente, como si no estuviera en ese sitio, según mi opinión pensando en la muerte y en que no volvería a ver a sus hermanos, como la mayoría de los animalitos indefensos reaccionarían ante esa situación.
Filosofía, otro aporte de la sociedad humana. Pero no se suponía que éramos animales irracionales, que no podíamos pensar por nosotros mismos y mucho menos filosofar sobre la vida y la muerte, que no existía para nosotros ni el pasado, ni el presente, ni el futuro, que simplemente hacíamos lo que nos decía el instinto, los genes que habíamos heredado desde el primer lobo de la edad prehistórica! Pues no, parece que los humanos han ganado la partida. Han tenido tanta influencia sobre nosotros que cualquiera al que preguntases hoy si había hecho alguna carrera, te diría sin duda que si. Y es cierto que yo estudié una carrera, la carrera de la brutalidad animal, que nadie me arrebataría hasta que me muriese! Y sí, hasta yo, el más bruto de los animales, el más analfabeto y el que más lucha y se guía por el instinto, soy capaz de pensar todo el texto que estoy narrando.
De repente, me fijo que el cabrito gira la cabeza y, por casualidad o no, se detiene con ojos curiosos en la ventana por la que yo estoy mirando y espiando el interior de la alcoba. Me miraba fijamente, y su mirada no contenía nada de rabia, ni sufrimiento, ni siquiera miedo al asesino de sus hermanos, su familia. Su mirada contenía un profundo sentimiento de comprensión y de pena. Cómo llegué a esta conclusión, nunca lo supe ni lo sabré. Pero en los minutos (porque fueron minutos) en los que nos estuvimos observando mutua y fijamente, todos los sentimientos, todos los que un lobo carcamal y un cabrito pueden transmitir, fueron transmitidos. Y entonces, no hubo cabritos, ni hubo lobos, ni hubo humanos, lo que hubo simplemente fue dos animales que se miraban y comprendían mutuamente, y que entendían que, aunque el avance progresivo e imparable del ser humano nunca sería frenado, que aunque la sociedad animal nunca volvería a ser la misma, siempre quedaría alguien, en este caso el cabrito, que siguiera creyendo y divulgando que la sociedad animal tiene que ser animal, que los humanos son los humanos, y nosotros somos nosotros.
Y pasó lo que, tarde o temprano, tenía que pasar. La puerta de la alcoba se abrió bruscamente y me topé con la policía cabra mirándome fijamente con un fusil en la mano. Y lo último que pensé, el último pensamiento que sondó mi cabeza antes de expirar mi último aliento, fue la cara del niño cabrito. Y yo, el penúltimo animal, como bruto y animal que soy, dije, gritando a los cuatro vientos: “Se lo merecían esos cabritos!”.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Un Extravagante y Misterioso Poema.

A Incógnita.

Instrucciones.
Toca el portón de madera que hay en la pared
y que no habías visto antes,
Di "por favor" antes de abrirlo,
cruza el umbral,
avanza por el sendero.
Sobre la puerta pintada de verde, un diablillo
rojo labrado en metal
hace las veces de aldaba,
no lo toques; te morderá los dedos.
Recorre la casa. No cojas nada. No comas nada.
No obstante,
si una criatura te dice que tiene hambre,
dale de comer.
Si te dice que está sucia,
límpiala.
Si llora porque se ha lastimado,
siempre que puedas,
alivia su dolor.
Desde el jardín trasero podrás
ver el frondoso bosque.
Pasarás junto a un hondo pozo que desciende
hasta el reino del Invierno;
lo que hay al fondo pertenece a una tierra distinta.
Si llegado a este punto decides dar media vuelta,
puedes volver atrás, tranquilo;
no hay de qué avergonzarse.
No por eso me sentiré defraudado.

Atraviesa el jardín para llegar hasta el bosque.
Los árboles son centenarios.
Hay ojos que te observan entre la maleza.
Bajo un sarmentoso roble verás sentada
a una anciana.
Es posible que te pida algo;
dale lo que quiera.
Ella te dirá cómo llegar al castillo.
En su interior habitan tres princesas.
No te fíes de la menor. Sigue adelante.
En el claro que hay más allá del castillo verás
a los doce meses sentados alrededor del fuego,
Calentándose los pies mientras cuentan sus cuentos.
Puede que te hagan algún que otro favor,
si se lo pides con educación.
Quizá Diciembre te deje coger fresas
bajo su manto de escarcha.

Confía en los lobos, pero no les digas adónde vas.
Para cruzar el río tendrás que tomar el ferry.
El patrón te llevará al otro lado.
( La respuesta a su pregunta es ésta:
"Si le entrega el remo a su pasajero, quedará
libre y podrá abandonar el barco".
Pero al responderle, procura estar
a una distancia prudente.)
Si un águila te da una pluma, guárdala
como oro en paño.

Y recuerda: que los gigantes tienen
el sueño muy pesado;
que a las brujas les pierde su codicia;
que los dragones tienen su punto débil,
no sé dónde, pero todos lo tienen;
el corazón es de natural discreto,
no permitas que tu lengua lo traicione.
No sientas celos de tu hermana:
Soltar rosas y diamantes por la boca
no es menos molesto que soltar sapos y culebras:
los diamantes son fríos y duros y, además, cortan.

Recuerda tu nombre.
Nunca pierdas la esperanza: al final,
encontrarás lo que buscas.
Confía en los fantasmas.
Confía en aquellos a los que has ayudado
te ayudarán a su vez.
Ten fe en los sueños.
Ten fe en tu corazón y también en tu historia.

Llegado el momento de regresar, vuelve
sobre tus pasos.
Todo favor será correspondido,
toda deuda quedará saldada.
No descuides tus modales.
No mires nunca atrás.
Vuela a lomas del águila sabia (no te caerás)
Nada a lomos del pez de plata (no te ahogarás)
Cabalga a lomos del lobo gris
(agárrate fuerte a su pellejo).
Hay un gusano en el corazón de la torre;
y ésa es la razón por la que no durará siempre.


Cuando llegues a la casita,
al lugar donde comenzó tu viaje,
la reconocerás de inmediato,
aunque ahora parecerá más pequeña
que al principio.
Sube por el sendero, cruza el umbral
del portón que sólo viste una vez,
justo antes de iniciar el viaje.
Ahora ya puedes volver a tu hogar.
O crear uno nuevo.

O descansar.


Poema de Neil Gaiman recogido en su libro "El Cementerio sin lápidas y otras historias negras".

domingo, 6 de noviembre de 2011

Recuerdo Infantil

Eduardo hace unos días nos mandó para hacer en la hora de clase una redacción sobre los recuerdos de nuestra infancia, más concretamente y sobre todo de nuestro primer día de colegio. Yo, como sabía que él se estaba refiriendo a los recuerdos infantiles del mundo humano, y yo había sido criado en mi mundo romántico, pues tuve que inventarme una redacción sobre mis recuerdos infantiles vividos desde el mundo humano, aunque también es cierto que me basé en experiencias vividas en mi mundo, aunque no en todas (no iba a poner que todas las noches desde que aprendí a hablar, sobre los dos años, mi madre me leía una poesía de los poetas más famosos del mundo romántico y la comentábamos). Sin más, aquí os dejo mi redacción. Espero que os guste y que la valoréis desde vuestro punto más romántico de vuestro corazón.


Mi infancia transcurrió sin ninguna emoción considerable. Era pequeño y se puede decir que disfrutaba de la vida en su etapa de máximo esplendor y apogeo: la infancia. Cuando te haces mayor y comienzas a pensar en todas las responsabilidades que tienes, en el poco tiempo que le empleas a las aficiones que te gustan y a la tensión a la que estás sometido cada día de tu vida, siempre te viene a tu memoria esa etapa que tanto añoras y que con tanta nostalgia recuerdas. En esto que estoy escribiendo el día en el que, sin quererlo, con mi inocencia infantil, me cambió la vida.

 Se puede decir que el primer día de escuela es el principio del fin. Días antes me encontraba jugando en el parque, como si nada fuese a cambiar en aquella fatídica semana. Es cierto que me había dado cuenta de que mi madre estaba muy atareada aquellos días, y que también me había comprado unas láminas con unos garabatos incomprensibles para mí, que mi madre repetía y yo, curioso, las imitaba en una hoja de papel, sin sentido alguno, y que ahora mismo miro y me río con tristeza. Mi madre fue muy importante para mí en la infancia. Éramos como uña y carne, la quería muchísimo y me proporcionó mucha felicidad durante mis años de júbilo, en los que hacía, básicamente, lo que me daba la gana. 

Mi padre, en cambio, no era tan cariñoso como mi madre. Era más duro y seco, con carácter, pero realizaba la perfecta función de contrapunto en nuestro trío feliz. Pero bueno, retomando el relato de los hechos acontecidos durante aquella semana, me acuerdo perfectamente que el día antes de entrar a la escuela, tuve una charla con mi madre. Se la entendí perfectamente, pues de aquella ya sabía hablar perfectamente, y noté un deje de preocupación y de seriedad en sus gestos y sus palabras. En cambio yo, ajeno como estaba a la situación, me encontraba muy alegre y muy curioso. Después de esa conversación, estuve reflexionando un buen rato sobre lo que mi madre me había contado mientras jugaba con un juego de construcción. Había dicho algo sobre una escuela, con niños que, aunque no conocía, debía de tratarlos bien, pues iban a ser mis compañeros y amigos durante toda mi niñez. Yo no lo acababa de comprender: niños que eran totalmente desconocidos para mí y con los que tenía que crear amistad y relación sólo por el simple hecho de que íbamos a estar juntos en una misma habitación? No tenía lógica. También me había dicho que en el colegio iba a aprender muchas cosas, como escribir, leer, colorear, sumar, restar, etc., y que iba a tener una profesora ( no recuerdo su nombre porque ya hace mucho tiempo de aquello), que me enseñaría todas esas cosas. Y , sobre todo, la cosa que más me afectó, en la que más me fijé y la que me dejó el corazón latiendo como una locomotora a vapor desenfrenada, fue que mi madre no iba a estar allí conmigo. 

En cuanto llegué a ese punto de la reflexión ( reflexión que no sé como hice, pues tenía apenas tres años y aún me hacía pis en la cama), en mis ojos comenzaron a aparecer unos lagrimones enormes, y en mi corazón comenzaron a aparecer unos sentimientos para mí desconocidos ( que, años después, supe que eran la rabia y el miedo). Comencé a tirar y a deshacer las construcciones con bloques que había hecho, a llorar desconsoladamente y a dar pataletas. Fue la mayor rabieta que cogí en toda mi vida. Mi madre se asustó, y cuando vino a consolarme y me cogió en sus brazos, sentí que nunca volvería a quererla tanto como la quería ahora, y que nunca volveríamos a estar tan unidos y apegados como en ese momento. Aquel día ni mi madre pudo calmarme: no quise comer, ni jugar, simplemente me metí en la cama y esperé a que se hiciese de noche y que me venciera el sueño para poder abstraerme un poco de todo. Al dormirme, me acuerdo que tuve un sueño muy reconfortante. Estábamos mis padres y yo en casa, jugando todos juntos y sonriendo. Ese sueño me pareció feliz pero no atiné a saber por qué existía un matiz triste en todo aquello.

Al día siguiente, como no recordaba la terrible noticia del día anterior, me levanté corriendo de la cama y fui corriendo a abrazar a mi madre, como siempre hacía. Después de esto, como mi madre aún estaba dormida, miró la hora y, de un salto, salió de la cama y se vistió rápidamente, mientras yo pensaba el por qué se habría levantado y vestido tan rápido. Luego, me vistió a mí con un uniforme tan cómodo como divertido, desayuné muy deprisa y me metió en el coche. El viaje se me hizo eterno. No sabía a dónde íbamos, la curiosidad era tanta que hasta me dolía la barriga. Aparcamos delante de un edificio pequeño y sobrio. Había muchos niños de mi edad y más mayores, todos acompañados por sus padres. Me hubiese gustado que mi padre hubiese estado allí, pero tenía a mi madre, que era todo lo que podía desear.

 Entramos en un aula con niños, una pizarra gigante, libros y juguetes. Los juguetes eran interesantes, pero el aula se parecía a la cárcel en donde habían encerrado a Superman en los dibujos de la tele. Era aburridísima y me daba mucho miedo. Había una mujer que llevaba un vestido todo negro con capucha. Me hizo gracia. Aún seguía sin entender por qué estábamos allí. También desconocía por qué había niños llorando desconsoladamente, como lo había hecho yo el día anterior, pero por mucho que lo intentaba no podía recordarlo. Pero entonces pasó algo totalmente inesperado y horroroso, que me dejó paralizado. Mi madre me decía que se iba. Mi madre, la figura que había pasado toda mi vida conmigo, ahora me dejaba solo, con aquellos completos desconocidos y aquella mujer con vestido negro y capucha, que ahora me empezaba a dar miedo. La puerta se cerró tras ella y, como el día anterior, se me pusieron los lagrimones y lo supe: estaba en el colegio, apartada de mi madre y con una masa de completos desconocidos. Tenía unas ganas enormes, pero no lloré. Mi madre y sobre todo mi padre me habían dicho que no llorara, y siempre les hice caso. 

Cuando llegué a casa, abracé a mi madre. Mi madre. En el fondo, muy en el fondo, sabía que nada volvería a ser como antes.